NUNCA ME VOY A OLVIDAR

Volvimos. Ya estamos en casa y después de algunos días que me sirvieron para acomodar valijas, ropa y regalos, vuelvo a mi teclado y a mi querido Blog. Pensé que volver iba a costarme más (nunca fui buena para las despedidas, para los finales ni para los regresos) pero, sorprendentemente, esta vez no me costó. Pensé que me iba a invadir esa sensación que se instala en el pecho, amarga y pesada, que muchas otras veces sentí con los finales de las vacaciones y las vueltas a casa. Pero no. Y esto lo siento como un buen augurio. Será que crecí en estos días de vacaciones? No lo sé, pero sí sé lo feliz que fui y lo mucho que lo disfruté. Hace tiempo que soñábamos con este descanso, lo planeé, lo pensé, lo imaginé así, tal cual fue. O quizá fue mucho mejor.

Cuando ese 1 de septiembre el avión tomó velocidad para despegar, Cruz me agarró fuerte de la mano y con ojos desbordados de felicidad me dijo, "estamos por despegar mamá, significa que estoy feliz". Esta frase tan espontánea fue el preludio de un viaje que nunca me voy a olvidar, simplemente porque ellos fueron plenamente felices. Entonces yo también lo fui. Lo que más me gustó es que fueron días de conexión real entre nosotros, de descanso mental, de ver a mis hijos reírse como nunca (y dormir como nunca también). Días en donde me convertí en niña a la par de ellos, de estar horas en el mar y salir con los dedos arrugados, de tirarme en la arena y hacernos "milanesa" (¡y que no me importe nada!), de construir castillos altos que alguna ola nos destruía y pozos bien hondos con la meta de llegar hasta el agua. Jamás me acosté en una reposera a tomar sol porque siempre había un mejor plan, y me di cuenta de que ahora prefiero ese otro plan que tiene que ver con guerras de arena y buscar caracoles y cangrejos. Tal como lo quise, no hubo relojes ni apuros, rutinas ni horarios; sólo disfrute genuino, ecos de risas, aventuras y sorpresas cada día. 

Nunca me voy a olvidar de mis momentos haciendo la plancha en un mar calmo y turquesa con el sol bañando mi cara, de las carcajadas de Cruz mientras se desparramaba en los toboganes de agua o de su cara de sorpresa cuando le daba de comer a las jirafas; ni de los ojos abiertos de Blas cuando se encontró con la inmensidad del mar. Tampoco voy a olvidarme de las mañanas de fiaca en la cama con las ventanas abiertas de par en par para que entre el aire de mar, de las tardes de playa y mate esperando a que el sol se escondiera en el horizonte, ni de las noches de a dos en un balcón, cerveza helada de por medio, escuchando las olas y acompañados por la luna.

Nunca me voy a olvidar de Cruz diciendo "este es el mejor día de mi vida" ni de las charlas y la complicidad con su papá, nunca me voy a olvidar de Blas durmiendo la siesta en mis brazos metidos hasta la cintura en el vaivén del mar, de los viajes en auto escuchando música ni de las vueltas de noche con dos pequeños desplomados de tanto andar, en el asiento de atrás. Mientras, nosotros mirábamos las luces de una ciudad que nos regaló mucho, escuchando en alguna radio una locutora que en inglés hablaba de disfrutar de esas pequeñas cosas que algún día se convertirán en los mejores recuerdos. Creo que esa locutora nos hablaba a nosotros. Llegó el fin de esta fiesta de 4 que nunca, pero nunca me voy a olvidar. 








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