CRÓNICA DE UN EMBARAZO

Dejé de ser una embarazada anónima el día que un señor muy amable me miró en el subte y me dijo: "vos estás embarazada, ¿no? Vení, sentate". Estaba en la semana 14 y creí que no se notaba, pero algo vio ese señor que tan amorosamente me cedió su asiento. Sólo lo vio él aunque el vagón de la línea D estaba explotado de gente, esa tarde de septiembre. O quizás se dieron cuenta varios, pero sólo él tuvo el gesto. Una de las primeras cosas que le pregunté a mi obstetra es si podía comer sushi. Y fui muy feliz cuando me dijo que sí. No tenía síntomas, pero sí dos antojos: las lentejas y los cítricos. Fue una noche en la semana 17 que sentí ese famoso "pececito" nadando en mi panza. Me habían dicho que se sentía como si fueran burbujas, pero yo sentí un pececito.

El embarazo, en mi caso, es el mejor de todos los estados. No me importó tener que sacarme la alianza cuando estaba de seis meses porque mis dedos empezaron a hincharse, tampoco me importó ese día que fui a vestirme y mis botas ya no me entraban. Hacía mucho frío y salí de casa en ojotas, porque era lo único que podía ponerme en los pies. ¿Y esa mañana que me tuvieron que ayudar a levantarme de la cama, cual ballena encallada, porque no podía pararme sola, ni siquiera de costado? No, tampoco me importó. De hecho fue una de esas veces que me reí hasta que me dolió la panza. Lo mismo cuando el espejo me devolvía la imagen de un cuerpo que no reconocía. No me importó. Nunca, pero nunca, me sentí tan llena de energía y tan plena como cuando estuve "habitada".

La noche de mi supuesta fecha de parto teníamos un casamiento. Me metí como pude adentro de un vestido negro apretado, me puse las únicas sandalias por las que pasaban mi pies regordetes y nos fuimos de bochinche. Esa noche me bailé todo, el meneaito lo hice hasta abajo y llegamos a casa cuando ya había salido el sol. La gente me miraba como diciendo: ¿qué hacés, loca? Uno me dijo, "no te muevas mucho porque vas a parir acá". Otra confesó, "yo si estuviera en tu lugar estaría empollando en mi cama". Es que no podía empollar, quedarme esperando que suceda, en todo caso prefería hacerlo suceder. Tenía muchas ganas de vivir, la vida me salía por los poros, la felicidad no me entraba en el cuerpo. ¿Quedarme en casa viendo una película? Claro que no. Nunca fui de las embarazadas ansiosas por que llegue el momento. Compartí embarazo con tres de mis mejores amigas (ustedes saben quiénes son). Llegando a las 40 semanas, ellas querían parir YA, y yo me reía porque me pasaba todo lo contrario. Mi embarazo podría haber durado 12 meses, que igual hubiera estado bien. Es que nunca me sentí mejor que cuando estaba fabricando vida. Me resistía a abandonar tan pronto ese estado de completa plenitud que hizo que me sintiera, por única vez, todopoderosa.

Esta foto me la sacaron el día anterior a que ocurra el milagro. Esa noche tuvimos nuestra "última cena" con sushi, claro, y me fui a dormir temprano a la espera de amanecer el día en que me vida cambiaría para siempre. No sé qué hacía haciéndome la linda si tenía como 14 kilos de más. Lo único que podía usar eran esos jeggings elastizados y salvadores que saben muy bien cómo atrapar las cachas rebeldes. Pero poco me importaba lo que decía la balanza, a mí me importaba lo que estaba a punto de pasar...










Comentarios

Entradas populares