CÓDIGOS DE PLAZA

Tengo sentimientos encontrados con la plaza. Listo, lo dije. Es un lugar que a los chicos les gusta ir pero si me detengo a observar la escena, también se parece a un campo de batalla. En la plaza reina el comunismo, los juguetes no tienen dueño porque todo es de todos, primer gran código. Si llevás juguetes propios tenés que saber que en algún momento los perdés de vista porque, ¿quién puede negarse a prestarle una pelota a un niño inocente que te la pide? Decidí no llevar más juguetes el día que me di cuenta de que siempre volvía con un autito menos, y además para qué ir toda equipada si ellos siempre prefieren los juguetes ajenos. En la plaza de mi barrio es código cerrar la puerta cuando entrás, pero hay quienes desconocen las reglas y siempre la dejan abierta. Si en dos segundos perdiste al chico y la puerta está abierta te agarra un síncope: se escapó persiguiendo una paloma o lo robaron. Hablando de palomas, siempre hay miles peleándose por picotear esa galletita chupada y manoseada que cayó al piso. La plaza es escenario de peleas y empujones entre niños, y madres que vienen a reclamarte. Me pasó de ver una madre intentando retar a MI hijo porque: "empujó a mi hija". Mi hijo de 1 año y medio empujó a su hija de 5. C I N C O. Fin de la conversación, ante todo el sentido común. Siempre. Tercer gran código de la plaza: no se retan hijos ajenos.

En la plaza no hay manera de tener una conversación de corrido con otra madre y menos en hora pico. Un ojo vigila al chiquito que deambula y el otro intenta concentrarse en el interlocutor; siempre hay una frase del estilo "bajate de ahí" o "cuidadooo" que se cuela en el medio del diálogo con otra madre que, intenta escucharte mientas piensa "dónde se habrá metido pirulo". Y si tenés dos que siempre disparan para direcciones contrarias, el panorama se vuelve oscuro. La plaza es, de a ratos, un ecosistema urbano complicado en donde, en algún momento, el arenero entero entra en la zapatilla del niño para que después termine aterrizando en el piso de casa. Si querés una hamaca, andá a hacer la cola. Y acá te encontrás con dos posibilidades: la madre buena onda que te ve esperando y te cede la hamaca, o la que no le importa nada que a tu hijo le esté agarrando un ataque de ansiedad por subirse y sigue pancha hamacando de atrás mientras chatea por Whatsapp. Siempre hay alguno que se cruza por adelante de las hamacas y termina en el piso llorando. Y la madre que te clava la mirada, como si lo hubieras hecho a propósito. Pero de quién es la culpa ¿mía o tuya que no lo estabas mirando? Suficiente tengo con velar por los míos que además tengo que velar por los ajenos. Otra que me pasó, hablando de velar por hijos ajenos, es atajar a uno que estaba cayendo en caída libre por el costado del tobogán, y que su madre me diga: "no vuelvas a tocar a mi hijo". Ok, lo acabo de salvar de que se rompa la cabeza y me contestás así. A esa altura ya quiero irme de la plaza hace mil. Pero ellos quieren un globo con forma de perrito que sale 100 pesos (y que se pincha al minuto 3 y medio) y, además, todavía falta el escándalo cuando se me ocurre proponer volver a casa.

Entonces, queridas madres, siéntanse bien. Ir a la plaza es otra enorme demostración de amor por ellos. Porque, en realidad, es un campo minado de colores estridentes y gente estresada. Madres que no pueden tener una conversación de corrido y abuelas nerviosas porque la criatura se les escapa. Baldes perdidos y niños que se amontonan en un tobogán. Arena en las zapatillas, colas para subirse a una hamaca, comunismo y códigos que se rompen.  ¿Dónde está el encanto de la plaza? ¿Eh?









Comentarios

  1. Una de las grandes razones por las cuales cambiamos ciudad x campo. La felicidad que da el solo "abrir la puerta para salir a jugar" como dice la cancion es impagable!!! Lo sabras...

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