CON LOS CINCO SENTIDOS

Vuelvo al ruedo después de varios días de recreo en un lugar sin señal de teléfono, sin Internet y sin luz. Lugar en donde sucedieron todos los febreros de mi infancia y que hoy recibe a las nuevas generaciones que se divierten con lo mismo que nos divertíamos nosotros a su misma edad, allá lejos y hace tiempo cuando no había celulares, ni Facebook ni Instagram que hicieran tambalear el contacto verdadero. Me desenredé de las redes, no supe de la vida de nadie más que de los que estaban conmigo compartiendo esta experiencia de real desconexión, experiencia que no se da tan seguido pero que tan bien hace.

Es que de a ratos las redes agotan y agobian, la hiperconexión a veces incomoda, se nos vuelve en contra y nos devora. Entonces, cuando llegué a este lugar que alberga grandes recuerdos y que me vio crecer, mi teléfono se apagó y quedó olvidado en algún rincón. Sólo lo agarré para capturar algunos momentos que después se convierten en historias y, si tenía suerte, aparecía un haz de señal que me dejaba compartir alguna foto. Los primeros días sentí que me faltaba algo, pero cuando empecé a tomarle el gustito apareció el alivio y la paz. ¿Acaso las vacaciones no son también ésto? Respirar el mejor perfume, el del aire libre; y jugar el mejor juego, aquél que propone la naturaleza.

A falta de pantallas, los días transcurrieron entre desayunos compartidos y tardíos, largas sobremesas en familia, siestas abajo de los arboles, atardeceres de mate y pileta, lunas espléndidas y noches de patio a la luz de las velas. Es que cuando el motor se apaga, el silencio y la oscuridad se vuelven protagonistas y sólo se interrumpen por carcajadas de niños persiguiendo sapos con linternas.

Poca actividad online pero mucho vínculo offline, del verdadero, del bueno, el de los cinco sentidos. A la vista no le quedó más remedio que dejar de pispear vidas ajenas y conectar con lo que sucedía en el aquí y ahora; el oído descansó de notificaciones y de mensajes de voz; el olfato se hizo un festín entre jazmines, ecos de risas y el clásico olor a Off de todos los veranos; el gusto se dio una panzada de mates amargos y ciruelas del árbol y el tacto sólo supo de abrazos. Los pies sobre la tierra, la mente en remojo y con la mejor compañía. No necesito nada más.



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