LOS HERMANOS SEAN UNIDOS

Tres años y medio, ni un día más y ni un día menos. Este es el tiempo que separa el nacimiento de estos hermanitos. Los dos aterrizaron en el mundo un día 29, uno de marzo y otro de septiembre. Desde ese momento el 29 es mi número preferido, que coincide con el día de los ñoquis, mi plato favorito del mundo mundial. Además, la persona que me dio la vida, también nació un 29. Cuando Cruz cumplió dos años ya me empezaron a sugerir la idea de que le diera un hermano, el tema es que a mí no se me habían despertado, todavía, las ganas de tener otro hijo. Los cinco comentarios que más me hicieron en el tiempo en que era hijo único fueron:

1. ¿Y? ¿Ya están buscando el hermanito? (Ok, no tengo por qué ventilar ciertas cuestiones).
2. Lo ideal es tenerlos seguiditos, así se llevan bien.
3. Apurate así “te sacás el tema de encima” y te olvidás de los pañales para siempre.
4. Mirá que después te va a dar fiaca de volver a empezar, eh.
5. ¿Y si después te cuesta embarazarte? No hay que perder el tiempo…

¿Cuándo es el mejor momento para darle un hermano a un hijo? Para mí, la respuesta tiene que ver con cuando uno lo sienta, si es que una es suertuda y puede hacerlo cuando lo siente. Hay quienes no pueden elegir, y el hermano aparece cuando la vida lo propone. En mi caso, quise verlo crecer con cierta exclusividad, quise volver a dormir bien, salir, trabajar y tener una vida más o menos parecida a la que tenía antes. Quise disfrutarlo, que se sienta especial, quizá sabiendo que esos tiempos no iban a volver nunca más. Al principio la maternidad me costó, vamos a admitirlo. No fui como esas madres que acaban de parir y se sienten espléndidas, dicen dormir toda la noche y no tienen ganas de llorar sin saber porqué ni de salir corriendo. Por lo menos a dar una vuelta manzana. Y respirar. Me llevó un par de meses aprender a organizarme, a relajarme y a disfrutarlo. Conocerlo y conocerme en esa nueva versión de mí misma fue todo un proceso, tan intenso, como increíble y agotador. Entonces, quise volver a sentirme fuerte para que, cuando se me despertaran las ganas de darle un hermano, la segunda vuelta no me encuentre vulnerable.

 Hoy los veo jugar con tanta complicidad que me río de los que hablan de las diferencias de edad. Los une un lazo invisible e indestructible, que no conoce de fechas ni de edades, y el sólo hecho de haber habitado el mismo espacio durante nueve meses los convierte en aliados de la vida, para siempre. O por lo menos de eso me voy a encargar, mientras pueda. Para mí tener otro hijo no es un tema "a sacarse de encima" y tampoco quiero olvidarme de los pañales, como muchos me sugirieron. Al contrario, lo último que quiero es acelerar esta etapa. Prefiero vivirla con los ojos y el corazón bien abiertos, exprimirla y sacarle el jugo, caminarla en cuerpo y alma, no perderme nada. No, gracias, no quiero sacármela de encima.

Y no estoy perdiendo el tiempo, lo estoy aprovechando más que nunca. Quizá sea mejor dejar de hacer planes y de entregarnos a lo que pasa hoy, que la vida nos vaya sorprendiendo. Los hermanos sean unidos porque ésa es la Ley Primera, nos dice Martín Fierro, y no habla de fechas en el calendario. Hermanos en las buenas y en las malas, en cualquier tiempo que sea. Esto es lo único que importa.




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