ALGUIEN EMPEZÓ A DEJAR HUELLA
Creo, con algún ribete melancólico, que este chico ya desplegó sus alas. Descubrió un mundo allá afuera, al aire libre, cerca del pasto, y no le dan las patas para querer andarlo. No sé si tiene que ver con ser mamá de varones, quizá las madres con hijas mujeres vivan otra historia, o quizá no; no sé lo que es tener mujeres, pero sí sé lo que es tener dos indios salvajes sin miedo a nada y con hambre de llevarse el mundo por delante, desde tan chiquitos. Hoy no puedo despegarle la mirada de encima, porque si lo hago por apenas 5 segundos, cuando vuelvo a mirar él ya no está donde estaba, sino del otro lado de la casa chupeteando una cebolla que robó del cajón de verduras o abajo de una mesa persiguiendo algún bichito que entró de tanto abrir y cerrar la puerta.
Por estos días estoy aprendiendo a que convivan en armonía el sentido de la vigilancia sobre un bebé que comienza a explorar el mundo y que desconoce el peligro; y esa voz que me dice que lo deje ser, que no le corte las alas y que no le transmita mis miedos. En eso estoy, tratando de encontrar ese equilibrio, bailando entre el yin y el yang, sin sobreproteger pero sin descuidar, estando presente, no demasiado cerca pero tampoco demasiado lejos. Este bebé ya empieza a dejar su huella, y espero que siempre sea así, decidido y perseverante, seguro y sin miedo. Ojalá que nunca nada lo detenga, tampoco esos chichones y moretones...
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