HAY ALGUIEN AHÍ
Las emociones descontroladas, el cuerpo que muta reacomodándose para crear y bienvenir, la naturaleza y su sabiduría en su máxima expresión. Síntomas que hablan, la piel que se estira, la sangre en ebullición. El asco a la pasta de dientes de menta, la lágrima fácil, la maravilla de la creación. La necesidad de cítricos y de chocolate en igual medida. La espera, a veces dulce y otras ácida. Miedos, los de verdad. Alegrías, profundas. Agradecer y pedir. Imaginar. Sueño y desvelo. Una panza que crece, se abulta, late. Un cuerpo que ya no es tuyo; lo cediste. ¿Acaso es esto lo más fantástico del asunto? Ceder, cuerpo y alma, para que otra vida pueda ser. Renuncias, cambios de hábitos. Ombligos que ya no se miran, en lo literal y en lo profundo.
Hormonas mensajeras que se apoderan de todo, circulan impunes, imparables. Existencia tomada, paréntesis y milagro. Dedos que se hinchan, anillos que se sacan, respiración que se agita, pelo que florece. El cuerpo sigue mutando, no para. Está habitado. Invadido, en el sentido luminoso del término. Hay olor a vida. El mundo sigue igual pero para una cambia todo. Desde que ves esas dos rayas sostenidas por una mano que tiembla. Nunca estás sola, hay alguien más. Siempre, vayas adonde vayas.
Pintarse las uñas de los pies, dormir boca abajo, bailar dándolo todo. Que levantarme de la cama o de un sillón no sea una odisea. Poder acostarme boca arriba sin marearme, volver a usar mi pasta de dientes y ya no la de frutilla que usan mis hijos. Volver a usar mi ropa, oh si. Ponerme un jean que no sea de mujer habitada y ponerme, otra vez, mi anillo de casada. Comer ensalada sin dudas y sushi sin que alguien pregunte: ¿sushi embarazada? Tomarme una cerveza entera y no robar traguitos. Subir escaleras sin agitarme y ponerme en el arco para atajar penales. Volver a ser yo, en cuerpo y en alma, sin tanta hormona ocupa. Sí, extraño un poco todo eso. Pero nada se compara con el don -milagroso, supremo, mágico- de tener este bebé adentro mío y de ser la culpable de que en poco tiempo sea un habitante más de este mundo.
Hormonas mensajeras que se apoderan de todo, circulan impunes, imparables. Existencia tomada, paréntesis y milagro. Dedos que se hinchan, anillos que se sacan, respiración que se agita, pelo que florece. El cuerpo sigue mutando, no para. Está habitado. Invadido, en el sentido luminoso del término. Hay olor a vida. El mundo sigue igual pero para una cambia todo. Desde que ves esas dos rayas sostenidas por una mano que tiembla. Nunca estás sola, hay alguien más. Siempre, vayas adonde vayas.
Pintarse las uñas de los pies, dormir boca abajo, bailar dándolo todo. Que levantarme de la cama o de un sillón no sea una odisea. Poder acostarme boca arriba sin marearme, volver a usar mi pasta de dientes y ya no la de frutilla que usan mis hijos. Volver a usar mi ropa, oh si. Ponerme un jean que no sea de mujer habitada y ponerme, otra vez, mi anillo de casada. Comer ensalada sin dudas y sushi sin que alguien pregunte: ¿sushi embarazada? Tomarme una cerveza entera y no robar traguitos. Subir escaleras sin agitarme y ponerme en el arco para atajar penales. Volver a ser yo, en cuerpo y en alma, sin tanta hormona ocupa. Sí, extraño un poco todo eso. Pero nada se compara con el don -milagroso, supremo, mágico- de tener este bebé adentro mío y de ser la culpable de que en poco tiempo sea un habitante más de este mundo.
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