LA SEGUNDA VEZ

Para mí nos enamoramos dos veces de la misma persona. La primera vuelta tiene mucho de mariposas atolondradas en la panza, estanterías que se mueven, planetas que se chocan, amaneceres románticos y miradas pizpiretas. La segunda, que también tiene su encanto, ocurre un tiempo después, con menos miraditas histéricas y sin tanta estrategia amorosa, pero con mucho más de lo que de verdad vale. Con algún que otro amanecer que nos toca ver, también, pero no por haber salido la noche anterior. Esta vez nos enamoramos en el momento mismo en que los vemos s e r padres de nuestros hijos.

Entre la primera y la segunda vuelta pueden pasar mil años, pueden haber idas y vueltas, encuentros y desencuentros. Bifurcaciones, adioses, distancias, reencuentros y perdones. Si en la primera hay pose y boquitas pintadas, en la segunda hay calma y sosiego. Si en la primera hay pantalones apretados y melenas perfumadas, en la segunda hay ropa un tanto más cómoda y algunos rodetes que cada tanto se liberan. Porque - claro- llegan los hijos pero (por favor) no nos olvidemos de las que éramos cuando nos enamoramos aquella primera vez. De aquellas que fuimos cuando ellos se enamoraron de nosotras. En esos tiempos remotos de trasnochadas y de margaritas deshojadas ni se nos ocurría pensar en la alegría profunda que se nos despertaría, años después, cuando nos tocara ver la interacción genuina y amorosa entre un padre y un hijo. Y entonces se nos cae la baba, mucho más que cuando nos enamoramos esa primera vez. La segunda vez tiene su magia, claro que sí. Aunque al principio no se vea tan claro.

Dicen que las segundas vueltas nunca son buenas y que todo tiempo pasado fue mejor. Yo prefiero encontrarle la magia a cada etapa y, por qué no, volver a enamorarme, sin tacos y a cara lavada. Con menos protagonismo propio, es que ahora hay otros actores principales. Nos volvemos a enamorar, por segunda vez, con menos maquillajes y filtros, con el ego corrido, algunas experiencias y años después, en el momento perfecto y sublime y mágico en que los vemos ser los mejores padres para nuestros hijos.