DELANTE DE NUESTRAS NARICES

Blas está cerca de cumplir 10 meses y cuando lo siento a jugar con sus juguetes, algunos nuevos y varios heredados,  los inspecciona, se los mete en la boca -como a todo en esta etapa- pero su interés no dura más de 5 minutos. No importa que sean juguetes modernos, coloridos y musicales, él siempre va a preferir el vaso de plástico que quedó sobre la mesa, una caja vacía, una puerta que se abre y se cierra o una cortina para esconderse.  Me gusta observarlo cuando decide con qué jugar. Mira sus juguetes, me mira a mí y empieza a gatear decidido y a toda velocidad hacia cualquier otra dirección, buscando algo que lo haga feliz: un vaso de plástico, una caja, una puerta o una cortina.



Me gusta pensar que los chicos tienen ese don innato de ser felices con algo simple, básico y cotidiano. Me gusta ver cómo su capacidad de asombro está intacta y es permanente. Y también me gusta saber que ellos encuentran felicidad todos los días, con lo que tienen a mano, con lo que hay. ¿En qué momentos los grandes empezamos a perder nuestra capacidad de asombro y a no ver esos raptos de felicidad que se esconden en los pequeños detalles? Porque, en realidad, la felicidad está presente todos los días, a veces más escondida que otras, y la mirada adulta, tan contaminada, no la sabe ver. Cuántas veces esperamos acontecimientos extraordinarios o grandes hazañas y creemos que eso es ser feliz. Mientras tanto, el tiempo pasa y nos perdemos de tantos momentos plenos que, insisto, suceden todos los días, pero los pasamos por alto. Porque la felicidad también está en una buena noche de sueño, en un desayuno que alguien te trajo a la cama, en la carcajada de tu hijo, en una llamada inesperada o en un halago genuino. Ser feliz también es un encuentro con amigos, es levantarte todas las mañanas con salud, es abrazar a tu mamá o manejar el auto cantando con la música a todo lo que da. Hoy fui feliz cuando abrí los ojos y me di cuenta de que Blas había dormido de corrido hasta las 8am y soy feliz ahora mismo mientras escribo inspirada por este gran día de lluvia. No tiene que ver con no tener aspiraciones o ganas de progresar, sino con saber detectar esos momentos y aprender a ser feliz también en lo pequeño.

Mi teoría es que la felicidad es opcional, que siempre tenemos la opción y que sólo es cuestión de agudizar los sentidos para poder descubrirla, agazapada, en el transcurrir de cada día. Los más chiquitos son sabios en este sentido, deberíamos empezar a mirarlos y copiarlos un poco. Que no se nos pase la vida esperando que ocurra ESO que nos de felicidad, porque ella está presente, está ahí, justo delante de nuestras narices.




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