LA CULPA ME HACE BULLYING

En otro post les conté que el sueño me perseguía. En realidad no es sueño, como me hizo ver mi amiga Anita, sino cansancio. Pero hoy quiero contarles que no sólo el cansancio me sigue. Hay algo más. Es amarga, pesada, oscura y escurridiza. No sabés cuándo va a aparecer y, cuando lo hace, no hay forma de cazarla, me mira y se ríe de mí, me rodea y cuando menos lo espero, da el zarpazo final. Su nombre es CULPA y cada tanto me viene a visitar. 

Creo que es una sensación inherente a la maternidad, van de la mano: maternidad y culpa, una dupla explosiva. Sé que la culpa no sirve de nada, sólo encadena y anula, pero no puedo evitar caer en sus garras, una y otra vez. Culpa cuando la paciencia escasea, culpa cuando el desborde es inminente, culpa cuando deposito mis propias frustraciones en ellos, que nada tienen que ver. Culpa en el segundo después de haberlo retado y veo su mirada llorosa y su pera que tiembla, y más culpa cuando me devuelve el reto con un abrazo y un beso. Culpa cuando no tengo ganas de contarle su cuento de buenas noches, cuando sólo quiero que se duerman para poder compartir con Kike una copa de vino o cuando me encierro en el baño y golpean la puerta mientras canto bajo la ducha para no escuchar lo que pasa afuera. Culpa cuando los dejo por unas horas para hacer todo eso que nunca puedo hacer, culpa cuando escucho que me llama desde su cuna y me hago la sorda para terminar esa nota que tengo pendiente hace días. Culpa cuando se enferman, porque seguro que no los abrigué bien, culpa cuando salgo con ellos y me olvido la mitad de sus cosas; cuando, concentrada en lo mío, no miro cómo me muestra, orgulloso, su gracia de turno; y culpa cuando se golpean y yo no estaba ahí. También siento culpa cuando hace mucho no me siento a jugar, cuando levanto la vista del celular y veo que están ahí, esperando; o cuando pretendo cosas que, simplemente, todavía no me pueden dar. 

Tengo suerte de haber elegido un compañero que me muestra todo lo bueno que hago por ellos, que me hace dar cuenta de que no soy perfecta, pero tampoco tengo que serlo, y que soy todo lo que ellos hoy necesitan. Con mis errores y mis aciertos. De este compañero aprendo a desdramatizar, a reírme de mí misma para poder andar más liviana, sin tanto bártulo imaginario en mis espaldas.

Porque cuando la culpa se carga en el pecho, se llama angustia; y cuando la llevamos en la espalda, se le dice contractura. Yo no quiero ser una madre angustiada y contracturada. No quiero que la culpa me haga bullying. Más bien quiero hacerle frente, defenderme, saber que está pero no identificarme con ella, no creer en todo lo que "me dice", no caer en sus embrujos. Aprender a reírme yo de ella, y no ella de mí. O, quizá, por qué no, también podamos reírnos juntas.












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