TENGO HIJOS, TENGO SUEÑO

Antes de tener hijos era una tremenda dormilona. Si no me ponía despertador podía amanecer cerca del mediodía, más allá de la hora en la que me haya ido a dormir. Antes de tener hijos... parece otra vida. Su llegada cambió todo y, claro, también cambió el sueño. Confieso que es una de las cuestiones que más me cuestan de la maternidad. No sé si a alguien más le pasa, o si soy la única desequilibrada que lo siente así, pero yo siento al sueño como una especie de entidad molesta con vida propia que circula por mi cuerpo impunemente. No es que TENGO sueño, lo SIENTO, como una cosa molesta adherida a los huesos. Yo convivo con el sueño. Va mutando, a veces tan presente que no puedo pensar con lucidez, otras un poco más vago o tímido. Pero que está está, habita en mí, desde hace cuatro años. 

Esa fue una de las razones por las que decidí "patear" la llegada de un segundo bebé. Necesitaba con todo mi ser volver a dormir como una persona normal, no pedía mucho, con 7 u 8 horitas ininterrumpidas, ya era feliz. Recién a los 11 meses de Cruz lo conseguí y, con la llegada de Blas, hace 9 meses, el sueño volvió. Y se quedó. Mis hijos no salieron a mí, no son dormilones. Más bien son inquietos, curiosos, activos, movedizos, independientes. Intensos. Para ellos hay mucho por descubrir...

Cuando, cada mañana, escucho los pasitos de Cruz que se acercan a nuestro cuarto con tanta energía, cierro fuerte los ojos deseando que por lo menos se cuele un rayito de sol por las cortinas. También los cierro fuerte creyendo que, en una de esas, piensa que estoy dormida y se apiada de mí. Pero no, salta a la cama con ojos achinados, pelos revueltos y una enorme sonrisa dibujada en su cara, listo para empezar una nueva aventura. Porque para ellos, cada día es una nueva aventura. 




Y entonces lo escucho a Blas, que balbucea y me llama desde su cuna, porque él tampoco quiere perderse las mañanas de desayuno y dibujitos animados en la cama grande, mientras cada uno cuenta lo que soñó. 

Las mañanas me cuestan, sí, pero con el tiempo aprendo a que me cuesten un poquito menos para empezar a disfrutarlas un poquito más. Porque las mañanas así no van a durar para siempre, no son eternas. Porque estas mañanas felices son las que ellos siempre van a recordar. Y porque sé que, algún día, las voy a extrañar. 






Comentarios

Entradas populares