VOLVER A SER NIÑA, UN POCO

Subirme a un "subibaja", una hamaca o un tobogán; tirarme de bomba a la pileta y salir con los dedos arrugados después de tanto bucear y hacer piruetas abajo del agua, dibujar con crayones y que su olor me transporte a mis propios días de jardín de infantes, sentir esa pequeña adrenalina por no pasarme de los márgenes cuando pinto con Cruz, leer Pinocho o Los tres chanchitos en piyama como lo hacía mi mamá conmigo cada noche, tomar sopa de letras, mojar la galletita a la hora del té y meter el dedo en la masa cruda del bizcochuelo.

Ganar la sortija en la calesita y sentirla como un verdadero trofeo, cantar La reina batata y darme cuenta de que nunca, en todos estos años, me olvidé la letra, jugar al veo-veo en los viajes, armar con ilusión el árbol de Navidad o dejarle agua a los Reyes Magos, volver a ver a la lluvia como una aliada y no como una enemiga, buscar a las Tres Marías en las noches abiertas y esperar que pase alguna estrella fugaz, pedirle tres deseos a un "panadero" y después soplarlo para que se eche a volar, jugar a la "casita robada", mancharme la ropa y que no me importe; y descubrir la maravilla del arco iris y sus colores.

Ser mamá es volver a ser niña, un poco. Y esto es una de las cosas que más disfruto cuando estoy con mis hijos. Volver a hacer esas cosas que hacía de chica, ahora desde otro lugar, me ayuda a ver la vida como la veía cuando tenía cuatro años, con una mirada más sensible y pura, cero contaminada. Como la ven ellos. Después, con los años, esa mirada se vuelve más racional y desconfiada, aflora la vergüenza y el pudor que frenan nuestros impulsos y los domestican.  Nos volvemos seres más racionales que emocionales, le tememos a la mirada ajena y sus prejuicios y perdemos esa cosa genuina y auténtica que algún día fue nuestra principal guía.

Cuando estoy con ellos, me despojo de ese "traje de adulta" y soy una niña más. Sensible, inquieta, inocente y alegre, no me da vergüenza abrazar, decir "te quiero" ni llenar de besos, bailo abajo de la lluvia, desafino cuando canto, busco bichitos de luz a la noche, me tiro del trampolín en verano, prefiero el piso antes que una silla, digo lo que siento sin miedo y vuelvo a reírme fuerte, de verdad, con todo el cuerpo, como lo hacía antes, cuando veía la vida con ojos de niña.













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